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Soy feliz desde que dejé el colegio y aprendo a través de mis gustos

02/08/2020
Webmaster Negted

Susana Álvarez, de 16 años, ha aprendido desde su casa sobre ecología, astronomía, álgebra y las culturas precolombinas, pero también lo ha hecho de ensayos académicos, de los libros empolvados que nadie coge en la biblioteca, conversando con sus padres, viajando o recorriendo las calles del Centro.

Ella, sus dos hermanos y sus padres hacen parte de la comunidad Homeschooling, una alternativa para las familias que no ven la educación tradicional como una opción y prefieren educar a sus hijos fuera de las instituciones tanto públicas como privadas.

“No es tanto aprender y memorizar, sino estar preparado para saber nuestras cosas y poder utilizar las herramientas que tenemos a la mano. A la larga lo que queremos que ellos comprendan el mundo, sepan moverse en él, y que sean felices haciendo lo que han descubierto que les gusta”, dice Diego Álvarez, el padre de Susana.

Desde que la joven, que siempre fue excelente estudiante, dejó el colegio comenzó a invertir su tiempo en la lectura de todo tipo de libros, desde policiales, románticas, de aventura como Harry Potter, pero también revisa ensayos y otras obras de historia y geografía. Desde hace tres años está suscrita a las bibliotecas de la ciudad y solo debe antojarse de un libro para ir por él o pedirlo a domicilio.

La escuela, cuenta la joven, la cohibía de recorrer y conocer la ciudad en donde vive, de viajar con su familia o sola, en cualquier mes del año, y así ir descubriendo sus habilidades: “soy mucho más feliz, siento que controlo mi tiempo, que soy dueña de mi vida, de lo que quiero aprender, de las actividades que realizo en el día”.

Ella decide a qué hora levantarse, qué conocimientos adquirir o leer, qué amigos tener y a qué eventos ir durante la semana. Sus padres la acompañan en ese viaje del conocimiento y le hacen fácil la vida para que la joven pueda hacer lo que le gusta.

Por eso, aunque pudiera quedarse en casa viendo televisión todo el día o haciendo pereza, Susana tiene siempre su agenda copada: clases de francés en una academia, de italiano con un amigo de la familia y aprende de química, física y matemáticas en la biblioteca de EPM.

A Pablo, su hermano de 14 años, tampoco le sobra tiempo, se lo pasa entre lecturas entretenidas, charlas inacabables con sus padres, aprendiendo de robótica en el Parque Explora o buscando información en internet que complemente sus intereses.

“Cuando Pablo estaba en tercer grado lo retiramos, pero no fue un choque con el colegio, sino porque él es multitareas, así que no se adapta tan fácil y estar dos horas solo escuchando lo irrita. Ese año lo retiramos del colegio”, cuenta Mónica Molina, su madre.

Dos semanas después, Susana y Felipe, de 11 años, decidieron que ellos también tenían derecho a quedarse en casa, de compartir con sus padres y aprender a través de sus pasiones, de sus habilidades.

Para Pablo, esta ha sido la mejor experiencia, pues de repetir cada año los mismos conceptos de biología, historia o ciencias sociales, pasó a tener libertad de aprender desde sus gustos e intereses.

Según el padre, que además es médico, el principal motivo por el cual decidieron cambiar la modalidad de educación, es que el sistema educativo no educa a los niños, sino que los amaestra y convierte en obreros inteligentes, útiles para el sistema.

“El sistema escolar desconoce los avances en la neurociencia, pues lo que media los procesos de aprendizaje es la parte más primitiva del ser humano, que es el sistema límbico, que controla el olfato, el gusto y el instinto sexual. Por eso es mucho más eficiente mediar la educación con el afecto, esa es la puerta de entrada”, agregó Diego.

Para él, la educación es pensada en contenidos unificados y el cerebro no funciona así, la información no se guarda en cajones, sino que hace conexiones, relaciones y se contrasta con experiencias previas.

Por ejemplo, cuenta Diego, hace poco Susana Viajó a los Estados Unidos con unos amigos nativos de allá y que también educa a sus hijos desdes la casa. En ese viaje, además de conocer el país y el idioma, la joven también vivió sus costumbres, su comida, su cultura e historia: "no tuvo que aprenderse nada de memoria, solo experimento el conocimiento", explicó su padre.

A Diego y a Mónica no les importa que sus hijos se graduén o no de una universidad, sino que sepan como utilizan el conocimiento y generar nuevas ideas a partir de esto, pero sobre todo, quiere que sean felices y puedan trabajar en lo que les genere preguntas, cuestionamientos y pasiones. 

La posibilidad de educar en casa

Para acceder a la educación superior, los estudiantes pueden presentar ante el Icfes el examen de validación del bachillerato. No obstante, con el Decreto 299 del 2009, el Gobierno prohibió que los menores de 18 años presenten este examen; entonces, una alternativa es presentar un examen con validez internacional.

Según Diego, en Colombia, aunque la práctica ha ganado adeptos, no cuenta con una legislación que reglamente su ejercicio, ni cifras sobre su práctica. Quienes defienden la enseñanza desde el hogar se remiten a artículos de la Constitución como el 27, que reza: “El Estado garantiza las libertades de enseñanza, aprendizaje, investigación y cátedra”; o al 68, en el cual se lee: “Los padres de familia tendrán derecho de escoger el tipo de educación para sus hijos menores”.

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